Tres poemas de Luis Armenta Malpica




Presentamos tres poemas de Luis Armenta Malpica. Él es poeta, ensayista y director de Mantis Editores. Premio Jalisco en Letras en 2008 y Premio Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en 2013, entre muchos otros; los más actuales son: Diplôme d’Excellence Librex en el Salón del Libro de Iași, Rumanía (2017); Premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe, Canadá-México (2017); Cavaler al Poeziei Capitalei Marii Uniri Iași, Rumanía (2018); Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada (2020), Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal (2021) e Iguana de Oro y reconocimiento por la Cátedra Huston de Cine y Literatura de la Universidad de Guadalajara (2022). Sus títulos más recientes son Enola Gay (Vaso Roto, España, 2019), Chiamatemi Ismaele (Fili d’Aquilone, Italia, 2019; primer finalista del Premio Letterario Camaiore, de Italia, y finalista del Premio Internacional La Lira de Oro, de Ecuador) y [Contra] Dicción (UANL, 2022). 


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ALGUIEN SE LO DIRÁ A JOHN ASHBERY


Se escuchaba a Cleo Laine en el pasillo

y el viento hacía más fuerte mi voz en la escalera.

Era un eco de gasa como guante

deslizándose al piso. Yo atacaba 

las notas como sacos de box.

Estábamos aislados. Alguien se iba a enterar

que la vida no iba 

ser tan sedosa. Que no estábamos solos

alguien lo fue a saber. Y si en algún periodo

de este confinamiento se descubrió 

que tenías un poema de verdad, requemado

esmaltado por el sol del estío, ahí 

se iba a quedar, en su desolación

y su ternura. No pasaría de una mano a otra mano

como ocurre con las cosas 

notables y que no llevan prisa. Lo que acompaña

a la honestidad es una luz

que enciende sin ningún artificio. 

No haría mejor a nadie permaneciendo allí

pero las cosas hubieran sido peores si perdieras 

la calma. Tú seguirías enfermo

en tu hermosura, de paso

hacia el desorden que lleva 

a la poesía. ¿No viste acaso que era 

mi exiguo patrimonio? Mientras tanto, surgían grandes incendios

como paja quemada en el entorno. Alguien se acercó

a ti con el fuego en las manos. Evitaron el beso

y eso fue aborrecible, pero la generosidad 

con la que uno se duerme

se conformó ya en casa: un lugar 

a resguardo, por el que preguntaron

si tenías esperanza de salir de este poema

y entregarlo a su dueño antes de ese cambio de música

transformado en siseo, gis blanco que envolvió tu figura

recostada en el piso tan ardiente, pero ya sordo

tú, mientras la policía apenas se abría paso entre esos restos

de papeles y arena y uniformes y música.

Cleo Laine testificaba: “He was beautiful”, a un montón 

de fisgones, y yo permanecía escondido

en la primera espuma de una ola.


Alguien me vio en la arena y te lo dijo

todavía respirando.


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BAJO UNA OLA EN ALTAMAR EN KANAGAWA



Llena de vacíos, la vida sigue,

espejismo surgido de las escurridizas arenas del tiempo

que cae en fragmentos en un mismo lugar.

James Merrill



Si yo fuera John Ashbery

dejaría que las palabras se fueran

colocando en el espejo cóncavo de una ola

o el espejo convexo de algún autorretrato. Alboroto

de pájaros en un país mundano. Sería referencial

y no es lo que persigo. Entonces

con ese corrector que inventara mi padre

borraré las cenizas, los pasos en la nieve, los añicos

que dejan cinco dedos al clausurar el búnker de la página

y eliminar la radiación posible de Chernóbil

el hongo que se hubiera formado en Hiroshima

la rota espuma que puede persistir entre la ruina de la infame Babilonia

y lo que había en los dedos. Rebabas

del pasado. 


       Insisto

si yo fuera

quien dejara pasar estos vocablos

como el agua de un vaso, sin imponerle método

ni esponja, sin razonar si la “V” de ese vaso tiene la misma forma

del vaso que pronuncio o si es un vaso 

roto porque pasé los dedos un poco antes y derribé con una flor

de uranio el líquido que ya no has de beber 

tú que me miras borrarte del espejo

sumergido en el agua nuclear de estas palabras

tal vez escribirías:

las aves van cayendo como

cae una ola de sudor en la frente. Significa

que persisten residuos radiactivos incluso

en lo que eliminé del pensamiento. País mundano

que ha cerrado fronteras para que no se contaminen los otros

animales que no entraron al búnker. Arca 

de lo que imaginaste flotando en la marea. Cáliz

enorme el que contiene al mundo. ¿Quién lo agita 

si nada más los pájaros alcanzan cierta altura?

¿Quién nos dice

qué ve

cuando más allá de los ojos 

de las medusas que regeneran todo lo que tocan

tan sólo hay transparencia?


        Si yo

fuera de que John Ashbery

reapareciera con la mano cerrada, búnker impenetrable

una ola 

golpeara con el puño 

no se movería el vaso

no estallaría en fragmentos

porque el agua

la voz más cristalina

de la palabra golpe

se diluye

se va

cuando escribimos.


Sin trinos, sin escándalo

queda extendida la siguiente palabra:

una ola, siempre la misma ola

tal vez con otro nombre

recoge su explosión

con la mano extendida. Miro 

su cicatriz

ese cielo nocturno

que viene de Saigón, su gas

mostaza, su océano. Ya no más las otras 

tradiciones de John Ashbery. 

                        En el espejo

al frente, la gota de sudor 

y un alboroto insólito. El rostro 

que no es mío, pero utilizaré 

como todo buen hijo, después 

del ahogamiento.


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ESPERANDO A LOS BÁRBAROS


¿Por qué no me di cuenta cuando levantaron las murallas?

Nunca escuché a los albañiles, nunca un ruido…

Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo.

Constantino Cavafis


Cayó la noche y no llegaron

aquellos que debían detenerme. 

Los caballos lloraron la muerte de Patroclo

relinchando en francés, esa lengua viril

y seductora como un guante de gasa.

Nadie llora mi fuga. Nadie

–esa legión de nada que se escribe con pulso

alejandrino– reza por ti. Bajo las escaleras

el llanto deshidrata las palabras. Se le utiliza

menos porque no está en los hombres

ese talón de Aquiles. Su estambre

ha perdido fineza, aunque no las agujas.

Lo veo, lo palpo. Lo dijo 

Yannis Ritsos: “Es curioso que, en medio de todos estos cambios,

     estas alteraciones, estas reordenaciones, como suele decirse,

sólo quede, distinguiéndose nítidamente por encima 

     de todas las muertes,

el cuerpo humano, desvalido, ignorante, inamovible,

     prodigioso. Creo

que la única belleza es la ignorancia; la única 

     virtud –la juventud–”. Hasta ahora

lo sabemos: partir 

no es poca cosa. La ventana

hacia el mar. Y con el mar

–esa danza profunda de Mikis Theodorakis–

el viaje. Los que se van son hombres: albañiles

gendarmes, señores del jurado, el fiscal

un público ilegible (futbolistas o poetas)

y un taquimecanógrafo (a la antigua)

que baja de puntillas.

La escena queda oscura. Brilla

ese gis del piso, la silueta

que parece morderse la cola

con esa luz

–distinta tiranía– 

que viene

como una voz:

la muerte.


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Los tres poemas se incluyen en [Contra] Dicción (UANL; 2022), Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal 2021.

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