Atemporal | Héctor Monsalve Viveros | Chile


 


El poeta Juan Carlos Recinos, nuestro colaborador, nos presenta una selección de poemas de Héctor Monsalve Viveros. Santiago, Chile, (1970). Ha publicado los libros Poemas Reclinables (1997), Elena (2010), Yo Héctor (2015), el libro ilustrado para niños Elisa ríe en silencio (2022) y Morir en vano (2022).  En el año 2017 publica la segunda edición de su libro Elena, que incluye testimonios-poemas sobre la muerte de Elena, escritos por once poetas de diversos países de Latinoamérica. Y en el año 2021 publica la segunda edición de su libro Yo Héctor. Fue becario de la Fundación Pablo Neruda en el año 1993 y obtuvo por concurso público el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en la Línea de Creación en los años 1997 y 2020. Sus poemas se han publicado en antologías nacionales e internacionales. Ha participado en diversos encuentros, realizando lecturas en su país, y en Perú, Bolivia, Colombia, República Dominicana, México, España, Austria y Rumanía.

 

 


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Del libro Elena (2010)


 

Estética

 

Ella sale del espejo
como ungida de luz
hacia la calle

 

Sus misterios en la pieza del espejo

 

Ella desborda el cántaro de agua
Más de una vez vierte en lo lleno
desparrama
excede

 

Y simultáneamente
vierte en lo vacío
Así sustenta
nutre

 

A veces también incendia
ignora
desperdicia

 

El punto es que ahora
en este instante
ella sale hacia la calle

 

Y está tranquila
No hay hombre
no hay hijos que la extrañen

 

 

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Fragilidad

 

Elena enfrenta el calendario: marzo de 1952
Tal vez dice: hoy hace un tiempo blanco
y mira por la ventana el pasto congelado
la luz del hielo

 

Que nadie dañe lo frágil piensa
y siente el sol sobre su mano

 

Ella se encuentra insegura olvidada
y es en cambio serena
feliz a su manera

 

 

 

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Atemporal

 

Piedad en las palabras que se ocupan

 

En respeto a su memoria
sólo registros bellos
Sólo aroma o naranja
susurradas

 

Pues la palabra es apenas
sombra
de la palabra real
que es más bella aún

 

Las palabras “te evoco” por ejemplo
hacen un sonido claro:
el agua golpeando las hojas
y el entorno en silencio


  

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Certitud

 

Ella sabe que muere
Ese es el punto

 

Y todos son reflejo y parte de ella
que enfrenta a la muerte
sola y desafiante
con los pies helados

 

Elena intenta conservar los ritos
doblegar al tiempo en cosas simples

 

Ve servir la mesa
(Le traen agua ahora en el poema)

 

Ella mantiene rutinas ya no teme
Olvidó el miedo de golpe hace unas noches
Algo violento en la forma de la tarde

 

Elena intenta quedarse para siempre
estira los dedos de la mano
busca un rasgo que inicie su fantasma


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Extracto del libro Yo Héctor (2015)

 

Yo no soy Héctor.

 

Dejé de serlo un día

en que me vi caminando hacia la luz,

en una calle perdida de Ciudad de Panamá.

 

Un árbol se incendiaba en esa esquina

y era bello el instante.

Sentí calor.

 

Quemaba la noche

y como único gesto ante el peligro

cerré los ojos, dije mi nombre.

Son las cinco de la mañana

y esa luz es un sueño repetido.

 

Pienso en partir,

en dejar de hacer algunas cosas,

en regresar.

 

Volver a lo mismo:

alguien regando en la casa de la esquina

y una foto sobre el velador.

 

Porque no se vuelve al centro,

se regresa apenas a un borde,

a una mueca.

Sin la inocencia del inicio.

 

Se regresa a un lugar vacío,

a un laberinto: yo y el otro sin nombre,

siempre en el cuarto de la infancia.

 

Volver a mí,

reconociéndome.

 

Como quien mira a su padre

cruzar la calle, desde lejos.

 

Aquí, en México D.F.,

mientras Héctor nada en la piscina,

lo contemplo.

 

Solo,

como un niño que se abandona

a caminar a oscuras por la casa.

 

Quieto ante el miedo,

presiento al que vendrá.

 

Con los ojos cerrados

(me miro en el espejo)

recorro los pasillos.

 

Presiento al que vendrá

y avanzo hacia él

para encontrarlo.

 

Un niño muerto juega en mí.

 

Su juego es preguntarme:

¿No tenemos padre?

¿Todos somos huérfanos?

 

No, le respondo.

- Sé que miento -

Yo soy tu padre bueno.

 

Yo soy mi padre.

 

Me veo nacer y me recibo.

 

Asustado,

me tomo en brazos conteniéndome.

 

Temo

por todo lo que haré

y que repaso

como un hombre a punto de morir.

 

Ahora sé quien soy

y no lo sé.

 

Todo está en dolor

y el aire, el agua, el árbol es dolor.

 

Todo está en verdad

y quieto y falso.

 

¿Por qué me asombro

de tanto perdurar?

 

Yo y sólo yo cerca del bosque.

 

Así,

en otra cosa,

sereno.

 

Miro el sol entre los árboles.

 

Yo

y sólo yo

de pie.

 

Enciendo un fuego sin fondo

en lo oscuro del recuerdo.

 

Ya no hay temor que frene,

que delate.

 

Hago calzar las piedras y comparo,

cayendo en lo que fui

mientras me nombro.

 

Héctor ya no mira.

Está lejos.

 

Todo queda atrás,

piensa,

aún naciendo.

 

Por eso dejo una pequeña señal.

Una piedra,

una palabra encima de otra.

 

La tierra removida,

para que sepas que estuve,

que estoy ahí.

 

A la distancia,

yo me veo aún.

 

En medio de la calle,

paralizado ante los focos,

mis ojos brillan.

 

Oigo el silbido de mi cuerpo

contra el tiempo veloz.

 

Subo, como viento tibio

sobre el roquerío.

 

Soy leve

frente a las corrientes frías.

Lejos de la arena húmeda,

soy leve.

 

Oigo el silbido de mi cuerpo

contra el tiempo veloz.

 

Termino de nacer.

 

Me repito y me escondo.

Como algo que comprende que es eterno,

me repito.

 

Mi abuelo se llamó Héctor.

Mi padre se llama Héctor.

 

¿Cuánto dura ese nombre?

¿Está en él la furia de la vida?

¿Cuántas miradas hacia el cielo en la mañana?

 

En la mañana,

las sombras se retiran

y se ve el verde del camino,

el amarillo de los cerros.

 

Entonces,

yo voy hacia el gran río que brilla.

 

Como una hoja que se desprende

y se olvida del árbol,

yo voy hacia ese río.

 

Escribo en el agua en movimiento.

Cabe mi canto en el gran canto.

 

Yo soy Héctor.

Aprendí a caminar sobre las aguas.


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Del libro Morir en vano (2022)



Ese hombre ahí sentado,

ordenó matar y mató

por odio.

 

Y esta tarde descansa, ya viejo,

en su sillón.

 

Con las piernas cubiertas,

ese hombre que mató

y que hoy se duerme,

plácido y oscuro,

no teme al juicio de los hombres.

 

Y esta tarde descansa, ya viejo,

en un país que limpia por encima.

 

La luna es el cañón de una pistola

que lo apunta.


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Tanto dolor, dices.

Tanta tortura, tanta muerte.

(“¡No debes escribirlo en un poema!”)

Fueron salvajes, crueles, cuentas.

 

¡No eran humanos!

 

(“Ahí también entendí que yo

era capaz de hacer lo mismo”).

 

Deberían cambiar todo, piensas,

el lenguaje, la bandera, la constitución,

el nombre de este país.

 

Porque fue gente de esta tierra.

Fuimos nosotros.

Somos nosotros los terribles.

 

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Sube ese cerro
que desde atrás disparan.

 

Ya han caído varios a tu lado.

 

Así, herida, como estás y de rodillas,

escapa con las uñas.

 

¡Cava o corre!

 

Sube ese cerro.
Vuela. Hazte invisible.

Regresa de la muerte y sube.

                                  

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   A la poeta Marlene Zertuche


¿Para qué sirve la poesía?

 

Lo comprendí de pronto en Barcelona.

Y sé ahora que mi poesía llegó tarde.

 

Ya no servirá en Chile.

No devolverá la inocencia.

No encontrará a los desaparecidos.

 

Un sólo verso pudo haber evitado la masacre.

Un sólo verso cambia la estructura de la vida.

 

Guzmán tiene un poema tuyo en el bolsillo.

Contreras tiene un poema tuyo en el bolsillo.

Pinochet tiene un poema tuyo en el bolsillo.

 

Hasta el que te torturó,

se sabe de memoria un verso tuyo.

 

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