El valle de los sueños | Fulgencio Ramírez Córdova



Miguel Colomé, nuestro colaborador, nos comparte un relato de Fulgencio Ramírez Córdova (Cárdenas, Tabasco, 1988). Él es Licenciado en historia por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT). Participó en el XXXII Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Desde su pertenencia al ejército mexicano hasta su salida se ha mantenido a la par con trabajos literarios inéditos, escribiendo relatos sobre fantasía y terror cósmico.


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El valle de los sueños


En un sueño don Pablo vio el mar, y a seres extraños de cabelleras verdes y cuerpos pálidos como el natrón. Fue en un sueño cuando vivió nuevamente. Pues en este mundo sombrío no guardaba ninguna esperanza. Deseaba no vivir más. Sabía que la No Vida le traería paz. Anhelaba el viaje sin retorno. Pues la humanidad se había tornado abominable y don Pablo la detestaba. Y como decía aquel fabuloso libro de los antiguos " no había ni aún uno bueno”. 

Así, don Pablo estaba cansado de aquella vida sin sentido. Y de tanto divagar, soñó un día que volaba sobre extraños océanos, en un lugar sin nombre, más allá de toda cordillera y horizonte conocido por hombres. Y vio que en las aguas retozaban criaturas de cabelleras verdes, con manos largas extendidas sobre la corriente.

Sobrevoló por encima de las nubes al igual que un halcón. El sol irradiaba en todo su esplendor y no había oscuridad en ningún sitio. La maldad se hallaba extinta y la tranquilidad se movía en aquel océano verde. Y pensó en bajar y entablar amistad. Y se moldeó en su corazón una conexión con ellas. Y ellas le miraron y lo supieron, pues le conocían de antaño. Pero justo cuando disponía acercarse despertó de aquel sueño. Y maldijo aquella hora en la que había abierto los ojos y estuvo enojado todo el día. 

Pero en la noche volvió a soñar. Está vez bajó hacia las criaturas extrañas que se hallaban agrupadas, al punto que formaban todas sus cabelleras, un mar verduzco y alborotado.

Entonces los seres rieron y gruñeron de formas imposibles de describir. Y le contaron historias asombrosas sobre sitios ocultos a los ojos de los hombres. Hablaron también de cuando vivían en el mundo de la Vigilia y de cómo se habían retirado a las profundidades del sueño eterno por causa de la maldad de los hombres…

Está vez don Pablo atravesó la barrera de lo onírico. Dudó cuál era su mundo. Se vio inmerso entre coloridas volutas de gases y formas sin forma que brotaban de la nada. Y su corazón se alegró. Y su mente se deslindó de las preocupaciones de la vida material. Pensó que esté nuevo sitio había sido su hogar desde siempre. Y que aquel otro de las fortalezas de piedra, bajo el gris cielo del dolor era parte de una pesadilla. 

Se vio asimismo, ya no con cabellos plateados y agotado, sino con una espesa melena verde. Su piel era opaca como el natrón y sus extremidades alargadas. Sin embargo, aquella apariencia no le preocupaba. 

Y en su felicidad olvidó el mundo de la Vigilia, y su tristeza desapareció. No hubo razón ya para dar paso a los odios y miedos. Y así transcurrió el tiempo.

Y pronto los años se volvieron lustros y los lustros décadas. El cabello de don Pablo se tornó del verde al marrón y comenzó a caerse. Su piel, ya pálida se volvió más tosca. 

Y un día ya no pudo moverse, ni bailar, ni retozar como en el pasado. Su cuerpo se había enraizado al suelo y ya no era color gris sino marrón. Sus cabellos se habían caído y se preocupó debido a que no podría correr más. 

Repasó su vida, y siempre había sido feliz. Había corrido y atravesado los grandes valles del sueño. Había tocado las aguas que bordeaban las ensoñaciones. Y siempre había tenido cabellos verdes. Siempre había vívido en aquella tierra, esa era toda su vida. No había más recuerdo. 

No había mancha en su cuerpo ni en su mente de haberse extraviado por senderos desconocidos. Hasta que al fin dejó la vida. Y su cuerpo se fundió a la tierra. Y muchos otros habitantes también durmieron. La tierra recibió aquella generación, y nuevas criaturas heredaron aquel espacio onírico. La conciencia de antiguas generaciones se deslizó sobre las verdes cabelleras, en el valle de los sueños eternos... 

Y repentinamente, don Pablo despertó. Toda una vida llegó a él como una oleada furiosa. Y la desilusión le estrujó el corazón y se encolerizó con su propia existencia material, porque anhelaba morir como lo había hecho mientras dormía. Y en su rabia atentó contra su vida. Pensó que la realidad era aquella que había vivido en el sueño. Y deseando volver a la tierra donde descansaban sus restos, y al grito de “despertadme por amor a Dios”, dio fin a su vida para así poder existir en la eternidad del sueño. 


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