Sobre la flor | José J. González | Estado de México



Presentamos un breve ensayo de José J. González (Toluca, Estado de México). Licenciado en Letras Latinoamericanas por la UAEMéx. Se especializó en semiótica literaria y filosofía del lenguaje. 

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Hoy quiero hablar de las flores. Me convido a mí mismo a establecer un diálogo con aquello que se extiende hasta en las grietas de las grandes estructuras de concreto, tales como la Salix babylonica o el Populus tremuloides. Me detengo a reflexionar y contemplar la vida que late por debajo de las máquinas y el paso feroz de la humanidad tambaleante. Hoy deseo hablar de las flores como lo hago de la vida y el agua, así como lo hago de la pintura y el arte. Me exijo ante ese dios vegetal el discurso integro de la naturaleza.

El mundo es enorme, lo vemos, lo sentimos y presenciamos; y aunque los seres humanos ocupamos un gran espacio en él, también es cierto que nuestra población, en comparación con la vida vegetativa, es menor. Pese que somos una de las especies más acaparadoras y con una gran necesidad de privatizarlo todo a partir de los nombres, hay mucho allá afuera que nunca podrá ser catalogado o descrito. 
La cuestión de los nombres nos conlleva a pensar que lo que se nombra existe, aunque esta condición fenomenológica excluya lo que es sin necesidad de ser nominalizado. Lo que no se conoce causa miedo y llena de incertidumbre a la especie inteligente porque no se puede soportar que algo no esté integrado a los marcos epistemológicos del pensamiento. Basta con contemplar las extrañas formas de las hojas de la Aristolochia spp, o la inquietante morfología cadavérica de la Amorphophallus titanum; sin embargo, aunque estos dos ejemplos son intimidantes, no son tóxicos o venenosos como lo es Aconitum o “matalobos” y la Datura o “flor trompeta”.

Esta tendencia a esclarecer lo oscuro permite sentirnos en una especie de superioridad, una superioridad banal y enflaquecida ante los embates de una naturaleza que espera nuestra caída; y es que esas raíces que se extienden ocultas bajo nuestros pies se comunican de manera rizomática por la interacción química. Esto hace que las miles de especies vegetativas se mantengan en defensa constante ante algunos herbívoros, demostrando el por qué han estado en la tierra incluso desde antes de la existencia de cualquier mamífero. 

Esta vida verde está allí espera nuestra carne con sigilo y calma, pues sabe que más allá de ella se encuentra la semilla del renacimiento. Descubrimos entonces que fitonecrofagia es el punto en el que la materia compleja pasa a descomponerse en sus elementos más esenciales, por lo que la vida de todo ser, incluso los vegetativos, se reduce a aminoácidos, nitrógeno, fósforo, carbono, azúcares y demás carbohidratos. 
Es por eso que hablo de flores. Aunque las veamos inertes moviéndose sólo por acción del viento, han sabido cultivar la resistencia y la parsimonia como una de las disciplinas más estoicas y anárquicas de cualquier ser vivo. De allí que existan muchas metáforas para referirse a la acción humana de sobreponerse a la desventura: “he florecido”, “mi espíritu ha reverdecido”, “mis raíces son profundas e inamovibles”, etcétera. 

Contrario a lo que creemos, las flores han aprendido a protegerse dentro de su propia pasividad indefectiva e indefensa, se han cargado de armas como espinas, esporas, ciertos fluidos venenosos, tricomas urticantes, colores de alerta, por sólo mencionar las características más claras. En la imposibilidad de acciones copulativas como los mamíferos, éstas han sabido adiestrar a determinados insectos para que estos sirvan de vehículo para sus reproductivos. 

Su reproducción sexual no-copulativa es cargada sobre la labor de un intermediario, el cual actuará como vehículo para que el material genético sea compartido entre los machos y hembras. Quizá la forma reproductiva más interesante es la que se da de manera asexual, porque la vida se puede generar desde la mera individualidad; aquí nos encontramos con los fenómenos de fragmentación, los bulbos y tubérculos y los estolones y rizomas.

Y aunque los seres humanos compartimos la misma condición vegetativa en el aspecto fenomenológico de la vida, es cierto que nuestra limitante es el depender de la movilidad, lo que produce que nuestra adaptación al medio ambiente parezca detenida y sólo nos esforcemos por tratar de preservar nuestra existencia mediante artilugios instrumentales creados por el intelecto, deteniendo así la evolución orgánica de los estadios fisionómicos y corporales, para privilegiar la instrumentalización mecánica.
Hablo de la flor sin excluir el fruto, porque éste es bendito sobre todo lo viviente; hablo de la flor sin excluir la plaga, porque la muerte y la enfermedad es inherente a la naturaleza vegetativa de todo ser vivo humano y no humano. Hablo de aquello que se mueve con el planeta y conforma grandes estaciones de comunicación rizomática. ¿Podemos seguir creyendo que el humano es superior? Incapaz de mantener total comunicación empática con sus iguales, se desbarata en complejas semióticas de pasiones que lo conducen a la confusión y estados motrices poco equilibrados.

El futuro no es la fuerza invisible que se viene arrastrando por las Inteligencias Artificiales, sino es un mundo vegetativo que desde hace millones de años no ha parado de demostrar su resiliencia a la plaga humana. ¿Herbicidas? ¿Semillas genéticamente modificadas? El ser humano ha hecho que la flor y el fruto crearan una resistencia a los químicos, haciendo que esos compuestos terminen minando los órganos humanos, licuándolos desde dentro, destrozando cada masa orgánica visceral, mientras que la vida vegetativa sólo crece y toma esos compuestos tóxicos para heredarlos a sus nuevas flores y frutos y demostrarle a la naturaleza que son estos seres los que merecen el regalo de la sobrevivencia.

Hablo de la flor y el fruto porque cuando mi cuerpo perezca me uniré a las raíces que se encargaran de descomponer mi carne, mis órganos y mis músculos para integrarlos a sus hojas, tallo, flor y fruto, como pequeños vampiros vegetales, como grandes predadores inmóviles e inmarcesibles. Por ello hablo de la flor y su vida, como hablo del fruto y la muerte.

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