Cuatro relatos | Javier Santos Rodríguez | Argentina




Presentamos cuatro relatos y un vídeo de Javier Santos Rodríguez (1981). Él vive en Buenos Aires. Es autor de los poemarios Tierra Mojada, Al Sur de la Distancia y Prosas y Trazos, además de su libro de cuentos Al Borde de este Mundo. Los primeros títulos son tal vez una búsqueda de estilo de autor que va encontrando sus formas en la medida del tiempo y los años. Con Al Borde de este Mundo, Javier adquiere estatura de autor, más seguro y sin tantos clichés, propenso a salir de lugares comunes y comodidades para volverse un explorador de sentidos. 


◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢
◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢


Hacerse hombre

 

Te odio; pero no es mi odio el que te entierra ahora, entendeme; yo supe quererte. Siento que no estoy enterrándote a vos, tío, acá entre los pinos negros y los médanos y a estas horas: no, ni siquiera puedo decir con total dominio de mi conciencia que soy yo el que te entierra. Es mi vergüenza la que cava, como si no fuera mía, como si yo no fuera yo; y un poco también, cómo no, es mi infancia la que pasa con vos al mundo de los muertos, lo que quedó de mi inocencia, de mi virginidad. Recuerdo cuando me regalaste esos veinte soldaditos para mi cumpleaños de seis. Fuiste vos mismo quien me llevó a ver a Boca la primera vez, a los doce o trece. Pero por qué, tío, por qué lo de ahora. No había razón para perderla justo en este momento tan feliz que íbamos a pasar en Pinamar. Mi inocencia tío, mi inocencia. Las putas, a mí, nunca me movieron un pelo, te lo dije, cuarenta veces te lo dije. Y si soy virgen a los dieciocho, qué. Pero vos ahí, insistiendo con eso de debutar, de hacerse hombre. Y ahora mirate: tieso, tendido como un pedazo de carne que empieza ya a tener olor. Cómo creés que iba a soportar tener que pasar la noche con Milena, esa pobre entrerriana que levantaste en el camino para hacerme macho, porque creías que yo debía y quería al mismo tiempo. Y no pude hacerme macho, no pude tener ese sexo desabrido, aunque tal vez me hice hombre con tu revólver y esta pala en esta noche en el bosque.


◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢


El país de Alicia

 

A usted le va costar darse cuenta; no es fácil estar ahí de ese lado; pero mucho menos de éste. Si mirase las cosas con el mismo ángulo que alcanzo a ver, desde esta perspectiva de mundo, vería los horrores aumentados, más cercanos, más reales.  Pero lo que uno pueda o no saber en este tiempo tiene ninguna importancia, ya ve: “¡A callar!”, oigo muchas veces por ahí: “Que el silencio es salud”

               Anoche usted estaba cansado y febril: lo vi en sus ojos, y en esa especie de alergia a la verdad que los hechos suelen cosernos en el rostro. Vivir escapando de los hechos para que la verdad no nos nombre, ¿no es eso? No vaya a ser que por pensarlo –solo por pensarlo de alguna manera vaga e indefinida– usted tenga la suerte de estar en una lista negra.

            Entonces hay que tomarse el mundo como si estuviera de nuestro lado, ¿no?, ahí a nuestro alcance; trabajar mientras haya de qué, y olvidarse un poco de la sangre.

                  Lo veo derrotado. Últimamente pienso en ello. Quizá por eso venga a verme con más frecuencia y más prisa. No soy su amigo, pero es como si lo fuera. La clandestinidad tiene también sus beneficios. Un altillo, una casa de quién sabe qué, reuniones a la madrugada y yo a un costado de las circunstancias, mientras el mundo esperando que usted, señor Juan, se digne a mirarse, a mirarme, como quien busca una respuesta. Tal vez, claro, de este otro lado se sepan las cosas y las verdades.

               En mí están plasmados todos los recuerdos, desde las primeras reuniones, allá por la década del sesenta hasta los últimos sucesos: supongo que sé quién es el entregador, pero cómo decírselo.

               Pongamos que a Manuel se lo llevaron de aquí mismo. Este altillo tiene mucha historia. Es él quien, después de largos tres meses desaparecido, vuelve a casa y a las rondas de mate en este antro de quién sabe dónde. Uno a uno van todos dejando su esquela en forma de cenizas de cigarrillos. Los militantes van esfumándose, tragados por la tierra. Pongamos que es eso. Tal vez sea también válido suponer que ya no le aguantaron más su manera encabritada de mandar, de arengar a la tropa, de buscar que el rebaño lo siga.

               Está cansado y tiene odio contra mí porque sabe que lo he visto y lo sé. Todo pasó por mí: reuniones secretas a sus espaldas, arreglos de dinero, traición, algunas desapariciones. Y usted quiere que yo le hable. ¡Cómo le voy a decir la verdad cuando solo le puedo mostrar su cara!

              Ahora vienen tras usted, y usted Juan bien lo sabe; pero no diré más de lo que sus ojos muestran en esta luna empañada.


◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢


Día extraordinario

 

Hay días extraordinarios; pero se sabe muy bien que son los menos. La mayoría de los días de una mujer o de un hombre tipo por ejemplo como yo, son…, ¿cómo definirlos…? Hágase la idea, la metáfora si quiere, de pensar estos días comunes y ordinarios como ciruelas pasas secándose al sol. Son días que están envejecidos y arrugados desde la primera de sus horas. Uno se levanta a la mañana, va al baño, después se mira al espejo y se afeita, se lava los dientes. Sabe por de más que se es más joven que el propio día. Que lo que viene después es tan aburrido y quisquilloso como un viejo rezongón, tan viejo como un trapo. Uno pareciera no quejarse en absoluto; es el día, rutilante por su opacidad, el que viene a gobernarnos la cara, la intención, el trabajo y el yugo. Me levanto sabiéndome lunes, pero pensando ser -deseándolo como siempre- próximo sábado, o mejor: en lo posible una noche de sábado de verano con dinero en los bolsillos para gastar en gustos y no en facturas de gas, teléfono y luz. Y ahí estoy, frente al espejo del baño mirándome todavía la juventud. Soy un hombre joven, feliz de serlo; pero lo extraordinario de la vida se confunde y se pierde en lo que se sabe es salir a la calle, subirse al 102, arrancar para el lado de la oficina, saludar a la cara de orto que tienen mi jefe, el jefe de mi jefe, la secretaria y por supuesto mis compañeros y yo. Yo también tengo esa cara de orto, esa cara de que no. De no querer esos días ciruelas pasas. Un día, un hermoso día, seré por fin libre de los lunes, y de las tardes de domingo tan despedidas, tan qué sé yo. Pero para eso tengo que envejecer primero. Pagar las cuotas de vivir y ver pasar la vida por las ventanillas de ese tren que es reflejo del deseo. Me niego a ser este lunes previsto desde el comienzo del calendario y de la Historia. Pero ahí voy. Soy responsable y justo a pesar de mi libertad de pensamiento, de ese no quererlo en absoluto. Libertario y anarquista de palabras y de ideas, sí, pero como un buen cabrito me sumo al rebaño del sacrificio y la condena: el deber. Es cierto que ayer fue un día extraordinario. Un día más jovial y mucho más juvenil que la propia juventud. Estaba en el bar tomando un gin tonic cuando apareció mi primo Alberto y me llevó a la mesa de la pitonisa, una mujer muy rara que me tiró las cartas del Tarot y me mintió con promesas de una vida afortunada, feliz; de esas vidas hechas a nuestra medida y a nuestro antojo. Le creí. En ese momento caí en la trampa de los sueños, de las ilusiones baratas que se forjan en una mesita de madera gastada, manchada de grasa, con algunas aceitunas negras en un platito de vidrio muy similares, en la semi oscuridad, a rancias ciruelas pasas. Me preguntó primero cuáles eran mis grandes aspiraciones en la vida, qué pensaba de mí y del mundo y cosas así; demasiado filosóficas las preguntas para mi abulia, para mi ataraxia, para mi rutina de todos los días entre balances, llamadas telefónicas, atenciones a las caras-orto y así. Pero me entusiasmé de verdad; como que le seguí el juego y entré en esa ensoñación y entusiasmo de dar a conocer mi verdadero yo. Después se aventuró diciendo que sería rico más temprano que tarde, que no tendría que esperar mi santa jubilación y mi vejez para salir a pasear el perro a las diez de la mañana, por ejemplo, o jugar al ajedrez por porotos con vecinos socios del club social. Me emborraché como tantas veces, pero en esta ocasión era por un motivo feliz; la adivina había dicho que sería rico. Gasté de más, sí, como si tuviera todo por ganar. Alberto tuvo que llevarme hasta casa y abrir la puerta y sostenerme para que no cayera de cabeza sobre las baldosas de la sala; después me ayudó a llegar a la cama. Dormí hasta recién y ahora la resaca me está matando. Olvidado, claro, de mi horario de trabajo, de las caras de orto, del módico sueldo que a fin de mes me darán o deberían (tal vez hoy mismo) por los servicios prestados. Es tarde. Extraño que Lucía Menéndez no me haya llamado aún por teléfono. Siento la verdad algo de culpa, responsabilidad. Esa maldita carga ajena -porque es ajena y no la quiero- de tener que ir igual, incluso tarde. Dicen que mejor tarde que nunca, pero no quiero imaginar la cara de mi jefe cuando vaya a pedirle mi salario. “Tarde, otra vez, señor López. ¿Cuándo va a dejar de emborracharse los fines de semana?”. Quizá sea que ya se hartaron de mí, y de mis llegadas tarde. Pero tengo que ir igual. Tengo que ir. Maldigo a Alberto y a la pitonisa mentirosa vendedora de espejos variopintos. Ahora subir al 102, viajar como ganado, llegar tarde como muchas veces. ¿Me despedirán? Por un lado, sentiría un alivio enorme, una liberación, como si por un rato la carga fuera de otro. Pero soy hijo del rigor capitalista y la responsabilidad puritana. Me visto. Saco pecho. Y voy. Veo que en este día ordinario de lunes pareciera que el sol se muestra con un tizne anaranjado, propio de un día no común, como si fuera yo invitado a una felicidad. En el colectivo hay gente con el rostro feliz, se ha borrado la cara de orto de todo mundo. No lo entiendo. Miro parejitas en los parques, niños jugando a la pelota. Acaso estoy soñando todavía. Entonces llegando a la oficina caigo en la cuenta de que es lunes primero de mayo.    

 

 ◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢

 

Una carta desesperada y una paloma de la suerte

 

 

María:

 

Tengo acá estas hojas blancas, iguales a las palomas que se desbordan desde la ventana. Hojas blancas… como la nieve: son una oportunidad… o mi desahogo (vaya uno a saber), y van siendo llenadas con tinta negra por mí, entre sístole y diástole, entre mañana y noche. Darían tantas respuestas como preguntas tengo, como preguntas vienen y van, como palomas vienen y van. Pero que, por sobrevolarme, nunca seré yo capaz de responder sin un dejo de incertidumbre.

Alzo las manos queriendo atrapar una, aunque tenga que desplumarla. Es un problema inexorable, implacable, y son tantas estas palomas necias, tantas las preguntas…, como monedas desparramadas o como campanas que suenan a deshoras, como ideas que no alcanzo a entender o a valerme de ellas para encontrar una llave a la libertad, o por lo menos a que me dé noticias tuyas.

Mi lenguaje, lo sé, siempre es tonto, vasto pero tonto, demasiado prolijo y complicado como para lograr decir lo que me pasa por entre las cejas, el corazón, entre estos herrajes carcelarios.

El amor desde el encierro. Cómo describir eso que me sostiene entre estas paredes sucias. Con qué palomas, con qué papeles poder expresarlo con soltura. No sé.

Cazo palomas, ideas, con esta red entretejida de pensamientos y sueños, pero en los sueños soy el cazador y la presa. Soy aparentemente quien ama y es amado. Y al verme en tal situación no hallo palabras pertinentes para decir cuánto, cómo y a quién. Soy el arco y la flecha; el arquero y la flecha; la flecha y el blanco. Todo junto. Amor. Amado. Amante. María: ¡Me hacés falta!

Solo me visita el tan susurrante y acuciante deseo de siempre, esas estrellas interiores que se agolpan y explotan en la sangre y la rebelan ante la muerte vulgar, en contra del tedio y la condena de todos los días de polenta y salchichas, sin miel, sin el dulce de tu miel.

No sé si existe ese dios, y lo digo sin temor ni temblor, María, sin pudor y sin ley, que se alejó de los templos para darle al cuerpo su piedad y su justicia... ¿Y… dónde está ahora? ¡Qué justicia!

Lo más seguro que tengo son estas palabras minúsculas, también blancas y condenadas como palomas penitenciarias, que quisieran ser por un rato, más que una pulsión de la vida un encontrarse con vos, con el beso de quien me espera –si es que todavía estás esperando, si es que de verdad alguien te hace llegar las cartas-.

Siento añorar también mi piel de tanto aguardar algo del cielo que está ahí, afuera: aludido entre las cartas sucesivas y los  deseos y estas palomas que vienen y van, del tamaño y el perfume de esa magnolia que deshoja ahora sus flores blancas en la tierra del tiempo.

Tengo, María, esta pena de andar con el alma encendida, sin poder tocar con esta mano que escribe acaso tu mejilla, tus manos, tus pechos, la cáscara que encubre tu corazón... Y esto arde, me arde por nosotros.

Desde mi celda de piedra escribo para mantenerme lúcido, para no sucumbir a la muerte. Pero esta es una manera de engañarme y decirme que puedo con esto, y justificar algo de que por ser un reo culpable, y quizá un artista de la soledad, debo postergar toda esta necesidad que me habita.

Tengo con vos un solo canal por ahora. Son estas líneas insurrectas que pretenden romper los grilletes para decir te necesito, te quiero cerca.. Pero cómo llegar hasta vos, mi cielo, de qué manera abrirme paso en este tiempo de distancia y reclusión obligada y abrazos que no son. Casi no se entiende cómo lo soporto. Cómo puede ser, cómo es posible el amor así, cómo yo puedo amarte, María, todavía  sin saber dónde estás, dónde estás ahora, palomita de mi corazón.

Soy un hombre que se apaga detrás de esta celda que mata, de esta carta que pareciera supurar todo ese deseo, esa piel que hay en mí, un corazón que late a pesar de todo. 

Es lógico que haya entre estas líneas una vibración, un querer estar, compartir, vivir, amarte de una vez y para siempre. Pero como ves, ahí anda rondando el perro. Ese gusano malvado que una vez quizá quiso ser aviador, ese búho de la muerte que de niño miraba los pájaros y las golondrinas porque su voluntad estaba en la libertad que tienen ahora estas palomas. Y ahí está, paseándose por los pasillos entre las celdas, vigilante de estas vidas apagadas, tan oscuras como la suya. Ese perro carcelero y vigía, a quien le debo las gracias por hacerme el favor de recibir estas cartas que tal vez él mismo, estoy seguro, viene quemando. Ese ser despreciable que vive preso como yo, pero condenado por el destino y no por la buena o mala justicia de los hombres.

Me pregunto si estás ahí afuera, María, esperándome aún. ¿Existís todavía? ¿Existo? ¿Estoy loco entonces? Una vez te vi en la estación, enamorada; otra, fuiste vos quien me vio ante el tribunal y mi condena. Yo sigo pensando que no me abandonaste, que no te hicieron saber la verdad.  Sin embargo, algo me dice que ya sabés mi historia dado que no recibo tus noticias, a no ser que el perro las esté quemando sádicamente. Que ese perro se ocupa de leer estas líneas, que se ríe de mí y de nosotros, y las echa al calor de la chimenea gris.

Sabrás que no recibo visitas de nadie. Solo alguna vez tu fantasma se desplaza etéreo por el patio, y te miro y estás entre triste y viuda, como todas estas palomas. Sin embargo, tengo una esperanza. Si esta última carta, si este último intento de carta pudiera atarse a la pata de una de las tantas tontas palomas que se posan sobre el ventanuco…; tal vez si alguien encontrara una paloma marcada con el mensaje de esta carta desesperada, no me importaría seguir comiendo polenta con salchichas por una eternidad. Espero que esta boba entienda que es una mensajera. Ojalá alguien me adivine la intención y te haga llegar la carta, te haga saber que te quiero.


◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢◣◥◣◥◤◢◤◢


Califica esta entrada:

0 votos

Print Friendly and PDF

Publicar un comentario

1 Comentarios
* Please Don't Spam Here. All the Comments are Reviewed by Admin.

Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información | Y más
Licencia Creative Commons
La revista En la Masmédula está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional
x

¡Hola! ¿Cómo puedo ayudarte?

Ir a WhatsApp