El dios del desierto blanco | Mario A. R. Galindo | México



Miguel Colomé, nuestro colaborador, nos comparte un texto de Mario A. R. Galindo. Él nació el 19 de enero de 1991 en Villahermosa, Tabasco; estudió la licenciatura en derecho en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Practicante y peleador de artes marciales mixtas, educador y lector.

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Bitácora encontrada en la reserva natural protegida de Cuatro Ciénegas, Coahuila, México.

17 de marzo de 1704

Mi nombre es Belisario Monsiváis Alcántar, capitán de la tropa de exploración, al mando de 20 de los más valientes hombres del batallón no. 4 de infantería de Zacatecas, Zacatecas. Partimos para realizar una misión de reconocimiento en las inhóspitas zonas del norte. Me dejaron a cargo de esta importante empresa para que en un futuro próximo establezcamos un campamento base. Se nos aclaró que, en esas zonas, principalmente en las sierras, tengamos particular cuidado, pues los nativos no ven con buenos ojos a los extraños y menos a los extraños armados. Partimos al alba con la bendición del sacerdote Fray Juan. Esperamos en Dios tener éxito y regresar con bien en nombre del Virreinato de la Nueva España.

23 de marzo

Hemos llegado tan lejos como hemos podido, nos adentramos al estado de Coahuila, desértico en su mayoría, pero con noches muy frías. Hemos avistado manadas de bisontes pastando tranquilos, pumas cazando venados y grandes búhos surcando los cielos nocturnos. Encontramos algunos asentamientos humanos, abandonados seguramente porque emprendieron camino aún más al norte. Los días han transcurrido sin novedad.

29 de marzo

Nos adentramos más a estas vastas estepas en busca de un lugar lo suficientemente dadivoso como para poder establecer un campamento base.

Al parecer lo hemos encontrado.

30 de marzo

Nos establecimos en un área rica en vegetación a pesar de estar en medio del desierto, está alimentada por cuatro ciénagas de aguas cristalinas; hemos encontrado grandes liebres para alimentarnos, algunos exploradores vieron un grupo de venados y de bisontes. Debemos protegernos de los pumas, lobos y coyotes que merodean a lo lejos. El campamento base está listo y comenzaremos las exploraciones. Es extraño no hallar sentamiento humano cerca.

02 de abril

Exploramos la zona noroeste de cuatro ciénagas cinco hombres y yo, del resto de la tropa cinco quedaron en el campamento y dos grupos se dividieron uno al norte y otro al noroeste. Nosotros nos encontramos con algo realmente sorprendente: un desierto blanco, y aunque el sol del mediodía era abrasador, la arena blanca estaba fría como la noche. Pondremos un campamento provisional para explorar mejor este asombroso lugar.

03 de abril

Transcurriendo la exploración de nuestra zona, nos topamos de bruces con un objeto intrigante, si bien había visto estructuras semejantes en la antigua México-Tenochtitlán, este objeto es algo más extraño, un tótem, un objeto tallado en madera en medio del desierto blanco. De una altura aproximada a tres metros, a cada medio metro se distinguían diferentes rostros: el primero parecido a un lobo, el segundo a un ciervo, el tercero a un fiero puma, el cuarto al gran bisonte; cada uno con grandes y hermosos detalles, pero el último fue el más consternante. Esa sola pieza medía un metro aproximadamente, pintada casi en su totalidad de negro, con dos medias lunas, cada una a un costado, haciendo las veces de formas de alas y en la parte más alta sobresalía del cuerpo una cabeza finamente tallada con grandes ojos, pintados de un vivo color rojo. De manera general pude relacionar esa parte del tótem a un ave con rasgos humanos, majestuoso pero terrible a la vez. A nuestro grupo de exploración nos aterró la presencia de tal figura de madera, no sólo por su estética, sino por el lugar en donde lo encontramos: en medio de estas frías arenas blancas como la nieve; sin presencia aparente de la civilización de los salvajes hombres del norte. ¿Qué función podría tener esta edificación? Tal vez un señalamiento o tal vez para algún ritual pagano. Continuamos con el reconocimiento del área y no vimos más que huellas de liebre, aves como el correcaminos y algunos cánidos. Retornamos a la base provisional sin novedad, 
pero intrigados por el descubrimiento. 
 
04 de abril en la mañana 

La noche de ayer transcurrió con cierta normalidad, excepto por dos situaciones en el ahora llamado campamento blanco. Primero, en horas de la media noche se escucharon ruidos suaves como de un ave que revoloteaba, al asomarnos no encontramos nada fuera de la carpa, todos nuestros utensilios estaban en su lugar, pero está demás decir que cada uno de nosotros tomó su arma. El siguiente incidente ocurrió a unas horas del amanecer: se escuchó un sonido estrepitoso, una especie de sonido extraño que nos puso a todos en estado de alerta. Al principio se creyó que era un puma o el grito de guerra de los salvajes apaches, pero el sonido provenía de arriba, del cielo. Al salir nos topamos con la nada, el grupo se encuentra intranquilo y algunos le echan la culpa al tótem que encontramos. Nos hemos puesto a rezar hasta el amanecer, no recuerdo cuando fue la última vez que había hecho eso. 
 
04 de abril al finalizar el día 

Gracias a nuestros sobresaltos nocturnos decidimos explorar más el área, con la intención de conocer la procedencia de aquello que nos quitó el sueño. Al pasar nuevamente por el tótem, menuda sorpresa nos hemos llevado: rastros de algún culto, presencia humana, sin duda, salvajes. Hay una tribu cerca y ellos pueden ser la causa de nuestra preocupación. Como miembros del ejército de la Nueva España y enviados también de la Santa Iglesia, decidimos tirar ese templo de culto pagano. Una vez derribado el ídolo, proseguimos con la avanzada para dar con aquellos que osaron acercarse a nuestro campamento. Tras dos o tres horas de marcha, a las afueras del peculiar desierto blanco, entre las estepas desérticas, avistamos un grupo no muy numeroso de lo que pudimos distinguir como apaches, aunque ciertamente nos superaban en número podríamos dominarlos con facilidad. He decidido montar esta noche una guardia nocturna para evitar algún ataque sorpresa y a la mañana siguiente ir por el grupo completo para someter a esa pequeña tribu salvaje. Dormiremos con las armas cargadas. Algunos hombres temen represalias por parte de los salvajes por haber destruido su templo. Nuestro retorno al campamento blanco fue cerca del crepúsculo y nos disponemos a alimentarnos y a descansar por turnos, yo tomaré el primero.

04 de abril primeras horas de la noche

Desperté al escuchar el mismo grito de guerra que todos oímos en la madrugada. Mis subordinados estaban en lo cierto, por desgracia. Saliendo de nuestra ensoñación y con los arcabuces cargados y nuestras cotas de malla, esperábamos el embate de una horda de nativos, pero lo que llegó fue una repentina ráfaga de aire acompañado de un grito de guerra más fuerte. Nos preparamos para el combate.

05 de abril

Nuestras fuerzas fueron superadas, el parque se agotó y ahora me encuentro abatido y sin fuerzas. No hay agua y el campamento base está a un día de camino. No sé si logre llegar.

Nuestro Señor y su Santísima Madre son testigos de la verdad de lo que escribo, y por su merced sigo con vida para hacerles llegar lo siguiente: el grito de guerra cada vez se escuchó con más fuerza y una fuerte ráfaga de viento azotaba el campamento. Estábamos listos para abatir las hordas salvajes, mas no para lo que se nos cruzó en el camino. A lo lejos veíamos antorchas encendidas entre la penumbra de la noche, pero demasiado lejos como para hacernos daño y el ataque ya estaba sobre nosotros, de manera literal. El horror se apoderó de mi grupo, estoy seguro de que cada uno se encontraba rezando y pidiendo a San Gabriel Arcángel que nos librara del terrible adversario que estaba a punto de enfrentarnos. A la tenue luz de nuestras velas y alumbrados con la luminancia de la luna llena vimos una figura infernal surcando los cielos y nuestro miedo fue mayor al descubrir que los gritos de guerra eran realmente los sonidos de eso que parecía un ave graznando, proveniente del más profundo infierno. Un ave de gran tamaño, con alas y cara semejante a un gran búho, pero con cuerpo humano, con dimensiones mucho mayores, sacando medio cuerpo de ventaja a nuestro hombre más alto, y con las alas desplegadas eclipsaba todo rayo de luz de luna; al batirlas, nuestras velas se apagaron y una fuerte tormenta de arena se levantó.

Los hombres gritaban pidiendo misericordia y protección de Dios, pero no hubo ninguna respuesta celestial o angelical, ni el más leve indicio de que eso pudiera ocurrir, al contrario, usando nuestras fuerzas humanas, abrimos fuego contra nuestro agresor buscando que los proyectiles dieran en el blanco, mas nuestros disparos erraban uno a uno.

Lo que más nos atemorizaba de nuestro atacante eran esos dos ojos rojos brillantes y grandes, o tal vez sus poderosos brazos que al acercarse desde el cielo intentaba tomar a alguno de nosotros. Repentinamente cesó su vuelo y aterrizó a una distancia de 20 pasos aproximadamente, pudiendo observar su cuerpo repleto de un pelaje y plumas totalmente negras bajo la luna, pero esos ojos, rojos como la sangre y brillantes me dieron la respuesta al porqué del ataque: el Tótem. El dios venía a vengar la ofensa que le hicimos al destruir su templo, y al ver más allá, logré observar a la tribu de apaches, con antorchas en mano que venían a contemplar cómo uno de sus dioses entraba en batalla contra nosotros, destructores de su centro ceremonial e invasores del desierto blanco. Escuchamos cánticos y tambores de guerra para animar a la deidad a concluir lo que había empezado, jugando con nuestros miedos, nos preguntábamos ¿si acaso ese dios era más fuerte que el nuestro? ¿O si habíamos sido abandonados a nuestra suerte? De cualquier manera, nuestro instinto de supervivencia persistió, presente en cada soldado enviado por la corona.

Algo me sacó de mi ensimismamiento ya que no solo combatíamos a ese hombre búho, sino que repentinamente nos vimos como enemigos mortales. El cabo Gonzalo de María tomó su sable y perforó la espalda, a la altura del corazón, del soldado Alarcón, cayendo de inmediato sobre la arena; acto seguido, el soldado Miguel Mejía disparó con el trabuco a de María; los soldados Álvarez y Toledo intentaron atacar a la bestia, pero poco antes de llegar a él mis hombres se dieron de bruces con el suelo para no levantarse más; y finalmente Iñiguez, el más allegado a mí, intentó atacarme con la daga, parecía no ser dueño de sus acciones al buscar finiquitar mi vida, por lo que tuve que usar mi sable contra él. ¿Qué clase de ser era éste al tener control sobre nuestras mentes y manejarnos a su voluntad?,¿algún demonio?

No había experimentado tal horror en mi vida, ¿a qué nos enfrentamos? Al volver mi faz hacia ese terrible ser, me tomó y emprendió el vuelo conmigo entre sus brazos, batiendo sus alas con tal fuerza que el campamento quedó en ruinas; no sé qué tanto nos elevamos, mi mirada estaba fija a esos ojos carentes de alma. Ojos vacíos y llenos a la vez, los ojos de un dios blasfemo. Lo último que recuerdo es el dolor de mi cuerpo al impactarse contra la arena. Al despertar me percaté que del campamento sólo quedó cenizas, los cuerpos de mis hombres ya no estaban, sabrá Dios qué ultrajes habrán cometido los salvajes con ellos, y a mí me dejaron a mi suerte. Sin saber el porqué.

En este momento me dispongo a avanzar e intentar salir de este maldito sitio, dudo avanzar mucho con algunos huesos rotos. Espero contar con el favor de mi Dios y escribir una página más de esta bitácora, o al menos tengo la esperanza que alguien pueda leer esto y no cometa el mismo error que nosotros. El invadir el desierto blanco. 

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