Venganza del amor | Mario. A. R. Galindo



Miguel Colomé, nuestro colaborador, nos comparte un texto de Mario A. R. Galindo. Él nació el 19 de enero de 1991 en Villahermosa, Tabasco; estudió la licenciatura en derecho en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Practicante y peleador de artes marciales mixtas, educador y lector.

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Venganza del amor

Hubo una vez un amor, un amor bello y puro, sin mascaras ni medias tintas; un amor incondicional, eran dos pero eran uno.

Pero ese amor, como en todas las buenas historias que en algún momento deben de terminar, llegó a su fin, y fue un adiós de esos que son definitivos; no de los adiós que son temporales o para poner a prueba, mucho menos un adiós donde lo que se busca es un juego de poder; fue un adiós terminal.

La historia de ese amor no duró ni tanto ni tan poco, pero el tiempo suficiente para sentir, vivir y descubrir el significado del amor y del adiós. Y el final, que llegó como cuando empezó, lento cuidadoso y dulce; se tornó en agonizante, abrupto, lacerante y amargo, como cualquier cuento de amor y desamor tiene que ser; con superlativos.

Nuestra historia de amor inició con sabor a fresas y termina con aroma a tabaco, cual historia digna de contar, con intensidad y pasión.

“Tú ya no me amas”, fue la sentencia de muerte de nuestra historia que hoy nos atañe. “Sólo amas la manera en la que yo te amo”, y con eso se dio el golpe de gracia en nuestra apasionada historia. Las lágrimas ahogadas, que son las que más duelen y se clavan en el pecho, comenzaron a enterrarse, profundamente como la espada se enterró en la piedra, como el cuervo fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de la puerta del corazón para irse nunca más.

Los errores fueron los que diezmaron la perpetuidad de nuestra historia, dejando promesas sin cumplir y sueños sin realizarse. Este amor no verá un amanecer en el mar ni viajará por kilómetros, adentrándose en lugares desconocidos. Y como rúbrica se soltó la frase “no puedo seguir así, la confianza se perdió y es mejor decir adiós”.

Las súplicas del amor que quedaba a la mitad no fueron escuchadas por la otra mitad, por más que exclamaba compasión, el último tren ya había partido, y se alejaba a toda velocidad. Pero eso no se quedaría así, el amor a mitad buscaría venganza, una revancha en contra de esa separación, la más bella y elegante que se haya podido ver en la historia de las venganzas.

El amor a mitad decidió que el mejor castigo sería la inmortalidad, la presencia eterna de su recuerdo, llevarla en sus letras, atarla a sus sueños y enjaularla en su corazón, como esa bella ave del paraíso, loro o guacamaya que es apresada para contemplar constantemente su belleza a costa de su libertad; de ese modo, no podría irse del todo.

En su venganza, sería siempre de él y para él, sin que la otra parte de su amor pudiera ver la luz de otros ojos, el hacerla feliz, cómo lo fueron en sus mejores años, haciéndole descansar sus brazos eternamente y alimentándola con su pasión.
 
Encadenándole como un Prometeo a la roca eterna de su memoria y de su alma; dibujando su delicada silueta cada noche en su habitación sin ventanas, dejando resonar su voz como arrullo, con sus manos acariciando sus cabellos al alba, uniendo sus cuerpos, bailando al ritmo de la perpetuidad, donde no existe el perdón ni el adiós, en su mundo onírico y luminoso, por eones y eones.

Como penitencia, por su parte, el amor a mitad viviría en su pasado, apareciendo como un fantasma en cada libro, en cada melodía y en cada recuerdo, teniendo como castigo habitar en el recuerdo del olvido.

Y de esa manera, el amor que un día fue, se desgastará y se volverá a construir, a través de la distancia, entre el ayer y el mañana, en el futuro asesinado y en las rejas impuestas al mismo amor, por una promesa incumplida y un juramento roto.

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