La poeta Mariela Cordero, nuestra colaboradora, esta semana nos presenta dos poemas de Taghrid Bou Merhi (Líbano-Brasil). Poeta, escritora, editora, ensayista, periodista y traductora que domina varios idiomas. Es editora y jefa del departamento de traducción de 12 revistas árabes e internacionales, tanto impresas como digitales. Es Presidenta de CIESART Líbano, asesora de traducción literaria para la Plataforma de Escritores del Levante y asesora mundial de poesía para CCTV Televisión (China). También actúa como jueza internacional en diversos certámenes literarios globales. Ha recibido múltiples premios internacionales, incluidos el Premio Nizar Sartawi, el Premio Najy Naaman y el Premio Cheng Xin. Sus obras han sido traducidas a 48 idiomas. Ha publicado 23 libros, traducido 45 y participado en más de 220 antologías nacionales e internacionales.
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En el borde del poema
¿Qué muro es este
que se desliza de mi costado
cada vez que toco mi sombra?
¿Qué profecía raspa mi garganta
cuando grito desde un silencio
que crece en las encías de los poemas?
No escribía,
simplemente removía una ilusión,
esperando que abriera una puerta
hacia el vacío entre mis manos.
Cada poema que envuelvo en mi
cintura
me muerde,
como el éxtasis de aquella primera serpiente
cuando besé la boca de la metáfora…
¡olvidando!
Cada letra que gotea por las
grietas del sentido
me traiciona,
dejándome caer de rodillas en la confusión.
¿Qué significado custodia los
bordes del fuego
cuando la misma llama
se vuelve una palma temblorosa
en el regazo de un poeta vacilante?
Me lanzo al poema
como si no me perteneciera,
como si mudara mi piel
para vestir la túnica del papel.
Cada verso es una siesta aplazada
antes del instante de la madurez dolorosa,
y yo…
yo aún sostengo el hilo de la infancia
como si fuera la última cuerda de salvación.
¿Qué lenguaje nace de la desnudez
del perdón?
¿De la hemorragia del significado
cuando la sombra envejece
pero nunca duerme?
Planto rocío en las mejillas del
poema
como si lo fertilizara
con la embriaguez de las nubes,
y si se dispersa,
la primavera llega a mí
desde la cintura de lo invisible.
Escribo… para asfixiarme a
propósito,
para saborear el sabor de la ceniza
cuando se transforma en cuerda
que toca el temblor de la existencia.
Entonces… ¿es el poema una
salvación,
o un funeral oculto
que celebramos sobre las tumbas del yo?
¿Y soy solo testigo
del suicidio de la palabra
o… un asesino,
con tinta que no puede ser lavada?
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La metáfora de la existencia
¿Quiénes somos?
¿Y en qué nos convertimos cuando callamos?
¿Cuando caminamos… pero nunca llegamos?
¿Cuando reímos… y el significado se ahoga?
Somos hijos de una pregunta
que escapó de la boca de Dios
y se perdió en el desierto de las respuestas.
Cargamos nombres
pero no nos protegen del olvido
ni nos conceden un reflejo firme
en los espejos de la nada.
Nuestra existencia es un hilo
enredado
entre la casualidad y la inutilidad.
Se tensa al nacer,
y se afloja cuando aprendemos a temer.
Somos un momento de
arrepentimiento
en la memoria del planeta.
Damos forma al significado
y lo abandonamos antes de que se complete.
Envejecemos,
pero solo nos descubrimos
tras traicionarnos
mientras remendamos fracturas
con sombras prestadas.
Somos un suspiro de arcilla
en los pulmones del destino,
y un puñado de fuego
que no domina el arte de arder.
Escribimos poemas
para justificar nuestra existencia.
Amamos
para convencer a nuestras almas
de que la aniquilación no es la única respuesta.
Sin embargo, cada noche,
nos quitamos las máscaras
y rezamos a un silencio
que sabe más que nosotros.
¿No somos acaso una metáfora
en un texto cósmico
escrito por la nada
cada vez que el significado se aleja?
Oh, nuestro hermoso vacío…
¡cuánto se nos parece
y qué magistrales somos
cuando intentamos llenarlo
con una voz,
un sueño,
o un dolor sincero!
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