Hay
libros que llegan a ti como una marea. Los lees y, de pronto, sientes que la
calma de tu orilla se disuelve por completo ante la inmensidad que te revela la
voz de la poeta. Pacto de otro mar es uno de esos libros. Mariela Cordero ha
logrado lo que solo las voces más genuinas pueden: no solo te cuenta el mar,
sino que te baña en él, te revela su fuerza, te enseña sus secretos y te deja transformada,
en una playa que ya no reconoces como tuya.
Cuando
Mariela me contó que los poemas habían surgido de sus experiencias en templos
taoístas y budistas en Taiwán, todo cobró un sentido más profundo. Los versos,
que a primera vista parecen hablarnos de la furia y la quietud del océano, se
revelan como un mapa íntimo de su encuentro con la divinidad y con su propia
espiritualidad. El mar, esa fuerza primordial que nos arrastra y nos redefine,
no es más que la manifestación de una energía ancestral, de deidades que se le
manifestaron en una travesía del alma.
Ella
me habló de la presencia de lo sagrado en las deidades, y de cómo esta
presencia la marcó profundamente. Y, al volver a los poemas, vi el eco de esa revelación.
“La voz del mar murmura: / No te resistas a la distancia / no intentes
acortarla” ¿Acaso no es ese un eco de las enseñanzas orientales sobre la impermanencia,
sobre la aceptación de lo que no podemos controlar? El “oleaje / movido por
secuencias desconocidas” es la vida misma, con sus embates y sus momentos de
calma. Y la respuesta de la poeta es “permanece quieto / manso / en la red del
tiempo para no hacerte daño”. Es una lección de humildad, una invitación a
fluir con el universo, a dejar que el mar, la vida, o la deidad, hagan
presencia sin nuestra oposición.
La voz
de Mariela se convierte en un faro que me guía a través de los contrastes de su
obra. Los poemas son una travesía personal donde el yo se disuelve y se rehace.
La poeta se pregunta “¿qué somos cuando nada nos nombra?”, y al leerla,
entiendo que somos una “pregunta arrojada contra la nada / aquella que no
tendrá respuesta”. Es en ese vacío, en esa incertidumbre, donde reside la
belleza de su poesía. Nos invita a un viaje interior, a dejar atrás los
nombres, las certezas y los orígenes. “Los nombres naufragan”, nos dice, y los cuerpos
son “arrastrados al centro / donde no hay memoria”. Es una entrega total a la
experiencia de lo desconocido, a un vacío que, lejos de ser aterrador, es purificador.
El
libro tiene una cadencia que me parece muy sabia,casi como si cada poema fuera
un nuevo aprendizaje. La poeta no solo se somete al mar, sino que lo comprende.
Nos enseña a “pronosticar los embates / de las olas descomunales”, a no confiar
en el agua mansa porque puede arrastrarte. Y, en esa lucha, el cuerpo herido se
transforma. “De la piel escocida / nació otra piel / otro cuerpo / que solo
conoce / la sed”. Esta sed es la del conocimiento, la de la espiritualidad, la
de la vida misma. Es la sed de la poeta que ha encontrado en la deidad, en el
mar de su conciencia, una nueva forma de ser y de sentir.
El
encuentro con los poemas es, para mí, un encuentro con una voz que ha cruzado
un umbral. Esta es la voz de alguien que ha sido vista por la deidad que habita
el mar. Es la ofrenda de un alma que se ha vaciado de todo lo que creía ser
para ser llenada por una sabiduría más antigua que el tiempo. La arena, que en
la orilla parece insignificante, se convierte en una “cama de cenizas”, el residuo
de un incendio interior. Mariela Cordero, en cada verso, está ardiendo,
purificándose, para ofrecernos un pacto con lo inmenso, un pacto con la divinidad
que encontró en el otro lado del mundo.
Cuando
leemos Pacto de otro mar, visitamos una mitología personal que se entrelaza con
las creencias más antiguas del ser humano. Es una invitación a la entrega y a
la contemplación, a dejar que lo sagrado nos transforme, a que nuestro cuerpo
se convierta en una “ciudad / consagrada / a poderes no visibles”. Es, en esencia,
un libro que nos recuerda que la vida es una corriente, y que solo al rendirnos
a su fuerza podemos encontrar la paz, o la redención. La voz de Mariela Cordero,
con una sinceridad inmensa, se ha convertido en una luz, un eco de la deidad
que habita la marea, para guiarnos en nuestro propio viaje.
Gladys
Mendía
São Paulo, septiembre 2025.